PASTOR MORENO "HISTORIA LOCAL" - BIOGRAFÍA" (Por: Eduardo Moreno Rengifo)

PASTOR MOERO 
POR: EDUARDO MORENO RENGIFO 2017
CRONISTA COMUNAL DEL CENTRO NACIONAL DE HISTORIA DE VENEZUELA
  Pastor Moreno Alemán nació el 9 de agosto de 1909 en El Consejo, el tercero de cinco hijos de Juan Moreno Montero y Josefa Alemán. Fue toda la vida persona de completa sencillez, permanente sentido del humor y perfectamente honrado.
   Cuando niño dijo que no le gustaba su propio nombre y se lo planteó a su papá. Éste que era persona muy liberal le dio a escoger cuál nombre llevaría. Pastor decidió llamarse Guaicaipuro y fue asentado así por su padre quien era el juez del pueblo. Con ese nombre fue conocido mas al final de la escuela volvió a su nombre original. Posteriormente algunos antiguos compañeros lo recordarían como Guaicaipuro Moreno.
   De adolescente trabajó en Caracas como repartidor en bicicleta para la farmacia de un familiar, el Dr. Francisco Ponce. Más tarde regresó a El Consejo donde trabajó en abastos. En esa época participaba como serenatero en una informal banda musical de corte humorístico.

                                    

   A los 23 años se casó con Rosa Rengifo Mier y Terán (de 18 años) de quien la muerte lo separaría 60 años después. Tuvo 6 hijos, de los cuales una niña murió de menos de un año de edad y 5 llegaron a grande (Rebeca, Alfredo, Josefina, Juan y Eduardo). Su boda se efectuó en la casa de la novia, al lado de la plaza Bolívar. Inusualmente se celebró un día viernes para no afectar su propia actividad laboral de los sábados. Para la ocasión limpiaron los ladrillos del piso con aceite de linaza y alquiló una planta eléctrica (fue sumamente costoso, una muy rara muestra de boato en él) para iluminar muy bien la casa. Como no irían a la adyacente iglesia a efectuar la boda eclesiástica, se fueron a pie hasta la Jefatura para que la novia pudiera lucir su traje blanco. Para la ocasión el cura concedió dispensas para que los católicos pudieran presenciar la ceremonia según el uso de los protestantes. 
   A los pocos años dejó la actividad comercial y pasó por algunos años a lo agrícola. Se mudó a Trapiche del Medio y luego a La Concepción, donde trabajó como medianero, una figura del agricultor que no poseía la tierra pero se la cultivaba al latifundista y el producto obtenido era compartido con el dueño. El medianero solía además sembrar entre la caña otros vegetales para la mesa de su casa. 
  Como no irían a la adyacente iglesia a efectuar la boda eclesiástica, se fueron a pie hasta la Jefatura para que la novia pudiera lucir su traje blanco. Para la ocasión el cura concedió dispensas para que los católicos pudieran presenciar la ceremonia según el uso de los protestantes.
    Luego estudió para técnico caficultor en Carabobo, donde se asentó con la familia. Más tarde se desempeñaría como funcionario de un banco agrícola, entre cuyas funciones estaba intervenir haciendas cafetaleras quebradas y con deudas bancarias para hacerlas nuevamente productivas. 
   En Los Teques vivieron por un tiempo, trabajando con las haciendas cafetaleras cercanas (por donde hoy queda el club Cumbre Azul). Luego trabajó en Caripe y Carúpano por el oriente del país, pero sobre todo en Lara, Falcón y Yaracuy. De las umbrosas regiones montañosas de Lara trajo muchas orquídeas que iniciaron una tradición en su casa. Muchos años después viajaría en varias ocasiones con sus hijos a visitar a sus antiguos amigos en San Felipe y en el pequeño pueblo de Guarico, estado Lara. Fue justamente la montañosa y fresca Guarico su último lugar con este trabajo porque desde allí fue despedido del banco, ya que al sanear la hacienda que le habían asignado, dejó encargado como siempre, al hombre más capaz que encontró en el lugar. En el banco estuvieron en completo desacuerdo porque ese hombre, según dijeron ellos, era comunista. Eran los años iniciales de la dictadura militar de Pérez Jiménez
  Se asentó nuevamente en El Consejo al inicio de la década de 1950, compró una fábrica de bloques que se la vendieron engañosamente como próspera y con muchos clientes. Fue una dura época de la que pudo surgir sólo modificando el enfoque: ya no fabricó más los bloques sino que comercializaba los producidos por otros, así como los demás materiales de construcción. Su ferretería fue siempre próspera, hasta que se retiró por la edad unos 40 años más tarde, mas no la convirtió en un gran negocio como pudo haber hecho, él no tenía intereses en grandes negocios sino en la vida tranquila.

Vida sana y modesta

   Pastor Moreno no bebía ni fumaba, comía muchos vegetales y apreciaba todas las frutas, adicionaba sólo la sal y azúcar necesaria sin excesos, y en su mesa diaria siempre había caraotas negras y aceite de oliva, es decir para él era natural (y agradable) lo que otros deben sufrir por recomendación médica.
  No bebía y en clave de humor se demostró cuando un día sentado a la mesa, le pareció que se ameritaba algo más que exaltara el momento, así que pidió a su esposa que pusiera una botella de vino. Ella le dijo:

 .- Él dice que no bebe, ¡pero él sí bebe! Hace 40 años cuando vivíamos en Los Teques, una tarde llegó a casa riéndose mucho. ¡Seguramente tú bebiste!.

   En todo caso no era un “abstemio profesional” de ésos que en las fiestas se paran cerca de la ruta del mesonero y cuando les ofrecen un trago dicen en voz alta: “Gracias, yo no bebo”. En cambio él prefería pasar desapercibido, tomaba un vaso, sorbía lentamente y lo mantenía en la mano. Respecto a fumar se confesaba “muy bruto”, porque –decía él- nunca pudo aprender a fumar.
   Respecto a la alimentación, le gustaba mucho la carne de cochino (la carne molida era de 2/3 de res magra con 1/3 de cochino), el chicharrón y la mantequilla (preferiblemente Lactuario de Maracay), pero siempre tubo el colesterol y la tensión bien, seguramente consecuencia del buen aporte de fibra de la caraota negra que todos los días tenía en mesa. Pregonaba la bondad de comerse los vegetales con su concha, lo que ahora se nos recomienda por los flavonoides y no sé cuales cosas más (por su parte su padre Juan Moreno afirmaba que el maíz amarillo “alimentaba más” que el blanco). Gustaba mucho de las frutas ácidas, como la toronja (la llamábamos “graifú”, voz que viene de grapefruit, toronja en inglés) que se comía al natural (excepto yo, a quien criticaban por añadirle azúcar para poderla comer). Con el curujujul, que cultivaba su hermano Tiburcio, ya me sentía igual que los demás porque con esta extraña fruta todos necesitábamos agregarle azúcar para poder comer algo tan intensamente ácido.
   Con los años, cuando ya no trabajaba, acostumbró hacer un mínimo de gimnasia cada mañana hasta el último día de su vida. Una frase que decía siempre era “órgano que no se usa se atrofia”.
   En los años cuarenta, cuando vivían en Los Teques iba los domingos al mercado popular a hacer las compras de comida con sus tres hijos de escuela. Lo hacía de una manera muy particular: al llegar al mercado le daba dinero a cada uno pero sin lista o encargo en particular; al final se reunían los cuatro y regresaban a casa. Así había algunas cosas que faltaban y otras, especialmente las que les gustaban a los niños que había en más abundancia. Ese reconocimiento al ser respetable que es un niño y la libertad que debe tener para decidir muchas de las cosas que le atañen, era algo también muy propio de su padre Juan Moreno.

Claramente honrado 

 Pastor consideraba robo muchas cosas que los comerciantes hacen hoy normalmente y lo defienden altivamente. Él simplemente no lo hacía, pero no intentaba evangelizar a los demás con sus opiniones, ni pretendía dar clases moralistas. Pero claramente, para él, especulación es robo.

   Como comerciante se enfrentaba al aumento que los productos comenzaron a tener. Pastor, todo lo que es hierro viene aumentado entre un 35 y 40 por ciento” le decían por ejemplo. Así que cuando recibía el material apartaba el nuevo del viejo (que era exactamente igual) y vendía sus existencias viejas con el precio ya devenido en viejo, cuando se acababa ese material procedía a vender el nuevo con el precio proporcionalmente aumentado. 

   Él vivía de sus clientes, por qué iba a querer robarlos o como se dice ahora especularlos.
  En una oportunidad una señora quería que él le hiciese una mudanza a Los Teques. No le gustaba el encargo pero la señora insistió, a sabiendas que ella le pagaría por el traslado del camión y pagaría aparte por el trabajo dominguero a los obreros: todo sumaba 100 bolívares. El día acordado hicieron el trabajo y al finalizar la señora le dijo que no tenía dinero pero que le iba a pagar con una muñeca (sí, con una muñeca) muy fina según ella que costaba unos 300 a 400 bolívares. Pastor le dijo que él no conocía de eso y tomó una máquina de coser descompuesta que la señora tenía y le dijo que se la llevaba como garantía, así que el pago dominguero de los obreros salió de su bolsillo. A la señora más nunca logró verla. Varios meses después en vista que la señora nunca fue a pagar, contrató a un señor que reparó la máquina de coser por 15 bolívares y vendió luego la vieja Singer por exactamente 115 bolívares, ni un bolívar más. Por cierto que quien compró esa ganga fue la señora de enfrente Luisa Pino de quien nunca olvidamos su insuperable maestría en el oficio de hacer arepas, algo que debería rescatarse.
  Otra señora tenía un apuro económico y le vendió su casa por sólo 4.000 bolívares, para devolvérsela cuando la señora le diera el dinero. La casa situada en la acera alta de la calle Bolívar valía por supuesto mucho más pero ella sabía que él no intentaría arrebatársela. Sorprendentemente la señora nunca volvió para recuperar su casa. Pasados los años, su hija le pidió que si pensaba venderla se la vendiera a ella, porque sabía que él no quería la casa. Pero vendérsela a su hija era en cierta forma enriquecerse también él mismo con la necesidad ajena (de la señora que la hipotecó pero inexplicablemente nunca volvió). Finalmente le vendió la casa a una señora de aquí del pueblo por, una verdadera ganga, exactamente los 4.000 bolívares que antes le había costado, y donde han construido casas tanto para la calle Bolívar como García de Sena; esto lo supe porque la señora que compró me lo dijo recientemente, décadas después aún agradecida.

                  
   En una oportunidad hablando como siempre con un cliente como un amigo, o con un amigo que era cliente, le era lo mismo, oí que comenzaba a contar la historia de un robo que él había hecho. Recuerdo que eso me impactó. En silencio, sentado más allá, sentí una gran decepción pensando que mi papá no era como yo lo había creído perfectamente honrado (aunque eso nunca se dijera, era algo natural y sobreentendido). Relató entonces la historia de la señora de la mudanza que quiso pagar con una muñeca y a quien le tomó la máquina de coser. Qué alivio. Lo que él ese día llamó robo no era más que hacer lo justo.
   El señor Manuel Angulo, quien vivía en Los Teques y se vino a El Consejo como funcionario pero se hizo un consejeño más, conoció a Pastor cuando el entonces alcalde Germán Fleytas se lo presentó con estas palabras: “Éste es el hombre más honrado del pueblo”. Angulo me ha contado esto en múltiples ocasiones.
   También sufrió muchas veces los embates de la codicia sin pudor. Una prefecto del pueblo (que tenía un vínculo familiar, hay que reconocerlo) le solicitó un “fiao” de materiales para una farmacia que estaba ampliando. Al finalizar su construcción ella no reconoció la deuda y lo citó a él y al albañil encargado a su despacho, donde hizo artes leguleyos contra el albañil y contra Pastor, para intentar engañarse a sí misma de que ella no era una ladrona. Pastor no siguió perdiendo el tiempo, antes de irse les dijo: “lo claro es que uno de nosotros tres es un ladrón o una ladrona).
   Otras veces pasaba que los afectados eran los clientes. El pastor de una iglesia fue construyendo un templo a orillas de la carretera en Sabaneta. Semanalmente pagaba y obtenía su recibo. Cuando terminó de construir usó los recibos para demostrar que esa edificación era de él y no de su comunidad religiosa. En otras palabras robó a su propia feligresía.
   Pero la gran mayoría del pueblo fue siempre gente muy honrada así como muy unidos. Aquí hemos conocido algo tan poco usual como un mecánico muy honesto y confiable (llamado Eduardo Tesorero). Pero no olvido a un cliente permanente, el señor Albarrán quien trabajaba en construcción, que cada fin de semana le preguntaba cuanto le debía por esa semana. Pastor le sacaba su cuenta y él le rebatía. “No has sacado bien la cuenta. Te debo más que eso” y le nombraba y pagaba las cosas que Pastor no había anotado.
   Porque muchas de los precios y las cuentas estaban de memoria, y la de él era mala (eso es hereditario). Para frenar un poco eso, con una minicomputadora (ahora las llaman PC) comencé a registrar todos los precios, entonces poco a poco fue, durante varios días, soltando los precios que no estaban escritos y que sólo él sabía: eran exactamente 100 diferentes precios que entonces, por fin, estuvieron escritos en una lista.
   Cómo educaba
   Me enseñó trucos para hacer multiplicaciones y otras curiosidades matemáticas como por ejemplo obtener un producto con el mismo dígito repetido. Y dejaba que uno mismo sacara sus propias conclusiones y entendiera el porqué. Al día de hoy, estudiando nuevamente en la universidad junto a jóvenes estudiantes, obtengo mentalmente resultados que los demás, calculadora en mano, tardan más, usando yo los modos que aprendí con una simple hoja de papel entre los diez y catorce años.
   Solía usar un buen método educativo: la deducción. En lugar de explicar hacía que uno entendiera las razones. En la escuela yo me embebía de lo que la maestra dijese, para mí era la máxima sapiencia posible, así mismo el libro escolar estaba fuera de discusión. Nunca me negó mi manera de pensar sino que le daba un suave empujón a las ideas para que por mí mismo encontrara el equilibrio. En una oportunidad llegué a casa con la información de que el rocío no era una suave llovizna que se condensa al amanecer sino el resultado de la transpiración de las plantas, me dijo que la plataforma de su camión también transpiraba porque amanecía cubierta de goticas de agua.
   En otra ocasión arribé a casa con la advertencia de que no se debían tener plantas de noche dentro de la habitación porque producían CO2 y eso nos envenenaría mientras dormíamos. Entonces me preguntó si alguien que se duerme en un bosque se intoxicaría también.

Su imaginario

   No era frecuente que Pastor Moreno hablara de religión, lo cual consideraba algo individual. Pero sí estaba claro que no creía en fantasmas, afirmaba que si viera que le salió un muerto correría al psiquiatra. La crítica más grave que hacía, era respecto a las organizaciones religiosas a las que catalogaba (y criticaba) por su lucro desmedido y su participación en actividades infames como por ejemplo las guerras.
   En una oportunidad, siendo muy joven, encontré en casa un libro que me absorbió: El Anticristo, de Federico Nietsche. Yo no soltaba el libro, lo leía y subrayaba. Entonces me preguntó qué leía (sospecho que ya lo sabía) y simplemente me mandó a que lo llevara de vuelta al estante de la biblioteca. Obedecí, pero al día siguiente ya lo estaba leyendo de nuevo con empeño. No me dijo nada más, creo que “se hizo el loco”.
   Dos de sus frases más usuales, que dan un panorama de sus ideas, eran: “El sentido común es el menos común de los sentidos” y “Todo tiempo pasado fue peor”.

Hombre sencillo

   Pastor usó mucho las alpargatas y las recomendaba para la salud de los pies, aunque últimamente calzaba sandalias. Usaba un sombrero de cogollo y cargaba un peine porque decía que todo calvo carga siempre un peine en el bolsillo. Por un tiempo acostumbraba que luego de cenar se masticaba un diente de ajo. También había tenido la afición de más joven de complementar la alimentación con Emulsión de Scott, pero en general prefería lo natural y no las comidas que vienen empaquetadas en cajas y botellas. Conoció el país pero nunca viajó fuera. Estaba feliz viviendo y conviviendo en El Consejo, hasta que a los 83 años, en la mañana de un viernes de 1993, mientras caminaba por la calle, silenciosamente cayó al suelo desmayado para morir.
  
   Por cierto que esa tarde, como todas las tardes, en las afueras de la casa se aglomeraron las palomas a las que les daba granos para que comieran. Otra persona tomó su lugar, éste también blanco y de baja estatura, salió a darles el alimento, pero éstas no bajaron de los muros a comer sino que se fueron y nunca volvieron.
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